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jueves, 21 de abril de 2011

A mi hijo.

Parpadeo. No quiero tenerte.
Tu sonrisa no puedo perderme.
Parpadeante mi corazón al tenerte.
Descansa, mi vida, y duerme.

Inúndate de sueños, báñate en ellos.
Mueve tus brazos al compás de esos recuerdos.
Alegres memorias diurnas. ¡Son ellos!
Tus recuerdos, mi vida, tus recuerdos.

Colorea tus sueños. A tus soles y a tus barcos.
Navega en ellos, en aguas de turquesas y rosados.
¡No estás sólo! Mamá te rodea con sus brazos.
Y el Sol, si tu lo miras, radiante guiará tus nados.

Transfórmate en pirata con espada hecha de globo.
Aférrate a mi mástil. Yo, en él, seré tu resguardo.
Manteniendo a flote tu ilusión y tu bote fabricado
de trozos de papel de colores. Colage que en mi puerto aguardo.

Y guíate por dos luces brillantes, que verás, allí a lo lejos.
Ellas guiarán tu camino, ellas, serán tu salvavidas.
Que también atraerán a las olas. Ellas son mis ojos,
 mi querido corazón, ellos velarán por tu vida.

Y cuando llegues a destino y se hayan apagado mis ojos.
Te habrás fabricado otro barco, mas siempre,
verás tras ellos. Mis luces, tus luces, tus ojos.

Fabius.-

1 comentario:

tovarich dijo...

La ternura es dulce bella y no muy abundante, pero cuando una madre escribe a su hijo, cada letra es una gota limpia y transparente como el rocío, de ternura. Háblale a él siempre de la ternura. Eso tan bello y escaso. Háblale constantemente. A cada instante. Si quieres, guarda tus poemas que hoy compartes, como el mejor legado para él, pero asegúrate ante todo que mira tus ojos muchas veces. En ellos, la encontrará siempre. Siempre.