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jueves, 16 de febrero de 2012



La hierba del veintiuno.


Si bastara un crepúsculo, un amanecer
para limpiar la tormenta que
sobre la hierba se cierne.

Hierba vigorosa, sin impedimentos
mas que, aquellos propios y exultantes.
Podría, quizás, tocar el cielo con su risa.

Pero la hierba del veintiuno es rala, débil e inconstante.
Los nubarrones impiden su fluorescencia.
Es más ardua la tarea, aún, más glorioso el alcance.

Podría percibir, si se estremeciera, algún rayo que la acoja.
Podría izarse erguida, si se esforzara ¡y romper!
su manera de pensarse cautelosa.

Un crepúsculo, un amanecer la esperan.
Pequeño tironeo entre aquello más allá
y aquello más adentro.

Su raleza, su pertinaz grandilocuencia
hacen de su trayecto un escarpado,
un incesante andar en titubeos.

¡Ay si se decidiera a suavizar su tendencia!

Podría sentirse como germinada entre algodones.
Suaves, contemplativos, generosos.
Podría dejarle llegar hasta el cielo.


Fabius.

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