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jueves, 26 de mayo de 2011

Tus manos, mi niño, tus manos.


Tus manos: manantial que alberga ilusiones.
¡Con un solo encuentro! y espontáneo abrigo.
Rozan mi piel, cual manto atesorado de lana suave.
Fugaz soplo de calor, dulce y sin prisa, que calma,
alivia, conmueve mi corazón, produce mi avaricia.

Esas manos ¡tan pequeñas!, ¡tan grandes!, ¡tan….
especiales, colosales! que atesoro en mi recuerdo.
Cuando, casi, no las tengo, cuando corro a su reencuentro,
cuando tocan mi deseosa piel, de ellas. Solo en un momento.
Porque es preciso obsequiarles, con lo mismo que poseo.

Manos que sujetarse a la vida quisieron desde su mismo despertar.
Desde el minuto álgido del tiempo que comienza, que es vida.
Que aferradas a un pulgar, al de la madre, al de la vida,
sin conocer la razón, solo apretarlas, solo, mil minutos al día.

Y, aunque dormidas y durmiendo, regalan abrigo a mi algarabía.
Producen calor eterno, máximo consuelo, máxima alegría.
Sin despertar su sueño, sin pretender ser. Sin ser prometidas.
Darse al toque del sustento, del calor, de la madre, de la amiga.

Sintiendo, solo, complicidad, sin necesitar el tiempo, sin ver.
Solo soñar, mi niño, tus manos sueñan soñando al toque
de tus manos con las mías, que ofrecidas a ti, sin verbo,
sin comillas, ni suspenso, ¡se entregan hasta al confín!
Hasta el, mismísimo, invierno.

Tus pequeñas, tus grandes, tus entrañables y expertas, manos.
Que preparan mis sentidos para entender lo adorable.
Para saborear el olvido, de aquello, alguna vez vivido.
Para colmarme de primaveras, de veranos, y aún, ser palomas
en el frío.

Te las entrego las mías, inexpugnables, sin tregua, ni leguas.
Te las ofrezco sin medios, sin mitades, sin cortezas.
Aunque de ello estén llenas. Las mías, actrices colman la escena
para ovacionar tu amor, tu esperanza, tu deleite a su presencia.

Mi mejor momento: tus manos cogidas a mí…. dormidas
Solo al roce, pretendiendo mí cobijo, mi calor, para  ti ¡tan conocido!
Tu mejor momento: mi calor, mi crepúsculo…. en tu oído.
El saberme allí, a tu lado, y tú, soñando dormido.


Cogidos los dos, mis manos encierran las tuyas, cerrándolas en flor.
Para invitarte al mundo, para seleccionar el rumbo……juntos.
Siempre de la mano, cuando aceptas mi cobijo, cuando te extiendes,
cuando sigues a las mías, con el ánimo de ser uno…..a mi lado florecido.


Fabius.-

1 comentario:

Emmiliosky dijo...

¿Que mejor poema que explicar con sencillez y naturalidad ese consatante intercambio de sensaciones entre madre e hijo?
No hay mayor ternura, no hay mas ni mejor amor que el que intercambia una madre cun su hijo.

Es muy bonito.